“No existe secta particular de religión que no presuma de estar fundada en la autoridad de Dios y por completo exenta de los errores e imposturas que en las demás se encuentran. A los que pretenden establecer la verdad de su secta toca demostrar que ésta es de institución divina, por medio de pruebas y testimonios claros y convincentes, sin lo cual es preciso admitir como cierto que no es sino invención humana, llena de errores y engaños; pues no es creíble que un Dios Todopoderoso e infinitamente bueno haya querido dar órdenes y leyes a los hombres, y que éstas no lleven un sello más auténtico y verdadero que las de cualquier impostor de los que tanto abundan. No hay, sin embargo, ningún cristiano, de cualquier secta que sea, que pueda patentizar con pruebas claras que su religión es de institución divina y lo demuestra el hecho de que al cabo de tantos siglos de discusión sobre el asunto, hasta recurriendo al hierro y al fuego como argumentos en pro de sus diferentes opiniones, no hay todavía entre ellos partido alguno que haya podido convencer y persuadir a los demás con testimonios verdaderos.”
Jean Meslier nació, según la conjetura más probable, en el año 1664, en Mazerny, una aldea de la Champaña francesa. Su padre fue tejedor. Un párroco de la comarca se hizo cargo de su educación, y fue quien sugirió a los padres la idea de consagrarlo a la carrera eclesiástica, a lo que el muchacho no puso objeción. Meslier hizo sus estudios en el seminario de Chálons-sur-Marne, donde se aplicó con especial empeño a la filosofía cartesiana. En 1692 se hizo cargo de la parroquia de Etrépigny, en las Ardenas, donde tras haber ejercido durante años su ministerio, murió hacia 1729, según algunas fuentes, y en 1733 según otras. Al morir, fue encontrado entre sus pertenencias un manuscrito en tres copias de 366 páginas de su puño y letra, bajo el título Mi Testamento, en el que proclamaba sus convicciones más profundas, exponiendo los graves errores de la religión y los males y abusos imperantes en la vida y en la sociedad de los hombres.
Testamento de un cura ateo
$11.000$8.800Autor: Meslier, Jean
Editorial: El Cuenco de Plata
Páginas: 144
Dimensiones: 12 x 21 cm
El cuenco de plata
2011
1 disponibles
Descripción
“No existe secta particular de religión que no presuma de estar fundada en la autoridad de Dios y por completo exenta de los errores e imposturas que en las demás se encuentran. A los que pretenden establecer la verdad de su secta toca demostrar que ésta es de institución divina, por medio de pruebas y testimonios claros y convincentes, sin lo cual es preciso admitir como cierto que no es sino invención humana, llena de errores y engaños; pues no es creíble que un Dios Todopoderoso e infinitamente bueno haya querido dar órdenes y leyes a los hombres, y que éstas no lleven un sello más auténtico y verdadero que las de cualquier impostor de los que tanto abundan. No hay, sin embargo, ningún cristiano, de cualquier secta que sea, que pueda patentizar con pruebas claras que su religión es de institución divina y lo demuestra el hecho de que al cabo de tantos siglos de discusión sobre el asunto, hasta recurriendo al hierro y al fuego como argumentos en pro de sus diferentes opiniones, no hay todavía entre ellos partido alguno que haya podido convencer y persuadir a los demás con testimonios verdaderos.”
Jean Meslier nació, según la conjetura más probable, en el año 1664, en Mazerny, una aldea de la Champaña francesa. Su padre fue tejedor. Un párroco de la comarca se hizo cargo de su educación, y fue quien sugirió a los padres la idea de consagrarlo a la carrera eclesiástica, a lo que el muchacho no puso objeción. Meslier hizo sus estudios en el seminario de Chálons-sur-Marne, donde se aplicó con especial empeño a la filosofía cartesiana. En 1692 se hizo cargo de la parroquia de Etrépigny, en las Ardenas, donde tras haber ejercido durante años su ministerio, murió hacia 1729, según algunas fuentes, y en 1733 según otras. Al morir, fue encontrado entre sus pertenencias un manuscrito en tres copias de 366 páginas de su puño y letra, bajo el título Mi Testamento, en el que proclamaba sus convicciones más profundas, exponiendo los graves errores de la religión y los males y abusos imperantes en la vida y en la sociedad de los hombres.
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